lunes, 23 de noviembre de 2009

Poema en la pared

Un día de lluvia, por la mañana, el barrio se encontró con un hecho insólito, tan inverosímil como la historia de los hermanos Collyer, ocurrida en los años cuarenta en la ciudad de Nueva York. Una señora esperando el autobús se dio cuenta de que en una pared cercana había escrito un poema, con una caligrafía preciosa y un afán expresivo encomiable. Decía del siguiente modo:


Altos brazos de conífera
lanzan un aire enamorado que
hierve entre las nubes.
Futura lluvia cubrirá de amor
pastos, pueblos y ciudades.
Cubiertos los pequeños seres
sentirán candor y tacto.
Altísimos trazos de coníferas
abrazan el sabor de esta vida.
En el barrio alto
las miradas parecen caricias
hoy, para el extraño,
el hombre de la aparente sombra,
escondiendo su mundo
a los fracasados chascarrillos.

V.R.

lunes, 5 de octubre de 2009

tienes quince segundos para imaginar; si no se te ha ocurrido nada a lo mejor deberías ver menos la tele.

Aunque pueda parecer una delirante casualidad en la calle donde convergen el monte y el agua, el lugar donde vive más o menos feliz Pedro Mari, allí donde llegan contados los periódicos y las colecciones típicas del otoño, allí a la misma hora y prácticamente todos los vecinos ven la televisión, casual o locamente el mismo programa y el mismo canal. Está todo desierto a esa hora, los sonidos desaparecen, apenas se atreven a trinar los pajarillos ante tanto silencio, incluso duermen pensando que se ha hecho de noche.

De este modo Pedro Mari sale a la calle y se sienta en un banco, y mira la ciudad a lo lejos. Se siente extraño, como cuando camina por algunas calles de la zona céntrica y observa a las familias ricas de la ciudad.

Mientras tanto como autómatas, en apariencia, los espéctadores siguen su papel delante de la televisión, una caja-mueble que tiene un lugar importante en la casa, influyendo en el espacio posible designado a los otros muebles; tal vez en lo primero que se piensa sea en esa caja llena de programas chillones y eufóricos, morbosos o llenos de sensiblerías, y en donde de vez en cuando uno se puede reconciliar con la información y el entretenimiento; ésto experimentó Pedro Mari cuando de pequeño veía La bola de cristal, o en esos días en que se ponía a ver los deuvedés del mismo programa que vendían en los quioscos.

Cuando se acaba "el programa", tras haber visto cómo se han insultado los famosos del momento, cómo la carnaza ha llegado hasta lo más profundo de las almas de los que habían seguido el ritual, salen a la calle. Algunas madres chillan a su camada, algunos hombres van a los bares a discutir y a beber. Pedro Mari ve poco a poco la transformación del barrio, "¡es curioso! ¡Cómo cambian las calles! Pedro observa cómo la plaza se llena de vida, pero hay algo extraño en el ambiente, una especie de cosaenelaire a punto de explotar, una suerte de "ángel exterminador" sobrevolando invisiblecomo un doberman queriendo soltarse de la correa de su amo. No sabe qué ocurre, entonces cierra los ojos y decide que quiere soñar con la bruja avería que mira en la bola el más cercano futuro, y ve entre la neblina la violencia de una pelea entre hombres que han salido de una de las tabernas, y cómo el espía intenta pararla y recibe un puñetazo de parte de uno de ellos.

Y dentro del sueño hay un duelo por honor, entre varias mujeres, una de ellas ha sido engañada por otra, todos susurran que se ha acostado con su marido, una cornuda enfurecida, irritada y poseída de una violencia pura y ancestral. Los golpes son cada vez más fuertes, parece que nadie intenta detener la embestida.

En el mismo sueño suena atronador un disparo de pistola, una bala sale atemorizada de una vieja Luger 2mm de la segunda Guerra Mundial. Todos piensan en el espía, en su ojo amoratado, en su debilidad física.

Se esfuma la bruja avería, lejos queda la bola de cristal con su brillo mágico y misterioso. Las ventanas escupen su marea televisiva ruidosa: se mezclan diferentes programas: gritos y ruido de metralleta, son como un animal invisible que llena el aire en apariencia tranquilo. Pedro Mari mira al infinito, tal vez la montaña no le deja ver más allá, pero se imagina la continuación infinita de la naturaleza.

Recuerda de repente las escenas de amor de la película "El amante" o la escena final donde el único lenguaje que comprenden los amantes es ese pequeño remolino de deseo y fuerza vital que habita en ellos. Pedro Mari observa el eucalipto que aguanta en la ladera del monte que divide los dos valles.

Se va a casa y enciende la televisión. Desenvuelve el deuvedé del último número de La bola de cristal. Se sienta en su pequeño mundo, espacio grande donde se reconcilia de las heridas de la vida.

Escribe en un folio: "Tienes quince segundos para imaginar; si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele." Deja el bolígrafo encima de la mesilla de la sala y se sienta
para saludar de nuevo a los electroduendes.

Suena esta vez la Luger del nostálgico espía. En una temporada no podrá ir a la taberna a contar sus historias inverosímiles. Su pie herido le hace gritar, algunos pájaros se despiertan de su siesta extraña y comienzan a trinar, el aire se llena de ese forzado canto.

domingo, 23 de agosto de 2009

Pedro Mari ve electroduendes por doquier

Pedro se ha levantado contento, respira profunda y placenteramente, y un bienestar le cubre el pecho, mientras el sol le gana la batalla a las cortinas y entra voctorioso. Le apetece hacer el saludo del sol, el ejercicio de yoga que más le gusta porque le pone las pilas desde el principio del día. Está alegre y sus sentidos se concentran en hacer el café, cuyo olor pronto va a extenderse amablemente por toda la la casa.
En la calle la cartera, con un gesto leve, levantando un poco la cabeza, saluda a los caminantes más madrugadores del barrio. Suena a esa horas un clarinete al final de la calle. Y el espía aún duerme, soñando que le traen una carta de amor, precisamente la que respira en el sobre, entre las manos de la cartera, aunque él nunca habla de la que le envía esas cartas, él sólo cuenta "batallitas"que confunde entre sí. Así ocurre en la taberna donde Pedro toma una infúsión de tila esa misma mañana.
Pedro ve electroduendes por todos los rincones, pequeños seres que buscan la felicidad, que desean un mundo mejor o más divertido, menos estricto, en fin... sueñan con la libertad de poder elegir, de bailar, y Pedro los ve en la misteriosa mujer que bajo sus gafas de sol va al bazar a comprar boberías, o en el poeta que se golpea con alguna farola y a veces habla entre dientes aunque él mismo Pedro le enseña unos poemas porque quiere saber su opinión. Los poemas de Pedro no son sino una variación casi infinita de un mensaje de móvil, habla de la impresión que vivió al leerlo y del contexto en que lo recibió.
Y Pedro está contento y por eso va a la taberna y escucha las historias del espía, y observa para aprender algo nuevo cada día. Pero sobre todo su alegría le viene porque la cartera, que sabe de sus relaciones epistolares y de algunas aficiones le trajo ayer un bonsái de baobab y una carta desde cuba, nadie salvo la cartera lo sabe, ambos se guiñan en un gesto de complicidad.
Él también es un electroduende y quiere que le cuenten cuentos, desea historias por esa razón está atento.
Cuando se haga de noche Pedro hará el saludo a la luna y el bonsái tendrá un lugar preferente como el olor del café y las historias y el porma infinito basado en el mensaje del móvil.
Helenopez.

Pedro Mari ve electroduendes por doquier (2)

Pedro Mari observa a la gentes que le rodea en el barrio-calle. Hoy se ha levantado contento, siente una bocanada placentera en el pecho, de tal modo que ha decidido hacer el saludo al sol, un ejercicio de yoga que le encanta hacer.

Hace el café con lentitud, saboreando los pasos, escuchando los sonidos del exterior y del interior. Intenta recordar lo que ha atesorado en la memoria a lo largo de la semana, de cabeza ha ido interiorizando momentos: la mujer que compraba en el bazar del barrio, enfundada de misterio detrás de unas gafas de sol, la cartera que saluda a los del lugar con un leve gesto de cabeza, ella le trae las cartas de amor al espía que no revela nada de su vida sentimental, y sin embargo su discurso es el propio de un chulo de taberna(cuenta historias inventadas, seguramen te).

La cartera ha traído alguna carta desde Cuba, y un paquete que algunos aseguran que es un bonsái, un baobab. En este barrio todo se habla, los únicos secretos que se mantienen serán los del cura: un jovenzuelo de 23 años que acaba de salir del seminario, y los de los que mantienen el talento de la discreción natural. Tal vez nunca lo sepamos pero la carta de cuba será de alguno de ésos.

El olor del café inunda la casa de Pedro, mira a través de la ventana, respira la alegría del momento y se promete lentitud para todo el día, no quiere prisas, sólo aprovechar la energía de su cuerpo para andar y pensar como los electroduendes, preguntarse como ellos acerca de lo que les rodea, desear amablemente lo que les hace felices.

Alguien en el barrio encontró inspiración en un mensaje de móvil, lleva varias semanas componiendo pequeños poemas acerca de la impresión y el contexto de ese mensaje. Va 120 poemas que son variaciones del mismo tema. Alguna tarde le ha enseñado algunos al poeta, que le miente piadosamente acerca de la calidad, pero ¡qué importa al final la calidad si es una búsqueda! mientras no se crea lo que no es.

Pedro va a la taberna que abre a partir de las doce del mediodía, justo a la hora en que se levanta el espía. Allí se toma un agua helada y escucha a los que pisan el escenario de la comedia diaria: cuando comienza a contar batallitas el espía él piensa en La Bola de cristal:





"Queremos que nos cuenten cuentos "


No quiero reirme de la bruja avería. En este barrio puede transcurrir cualquier cosa que ataña a los humanos. Este dichoso espía cuenta siempre las mismas historias y además las confunde porque no coincide, pero al fin y al cabo es agradable también escucharle, es divertido tomarle como referencia. Merece la pena. Mientras tanto nadie sabe que la carta de Cuba y el bonsái es para mí. Yo sí que le guiño el ojo a la cartera cuando viene, ella me entiende y sigue mis relaciones epistolares, junto con Roberto, el otro ayudante de reparto. Gracias Leonor por traerme sorpresas desde tan lejos.




domingo, 26 de julio de 2009

Si no quieres ser como ellos lee

Más cerca del cielo que de la tierra hay un barrio-calle. Allí los domingos los vecinos se levantan por la tarde, ayunan alegres, porque el sábado por la noche comen para celebrar el fin de la semana. Llenan su cuerpo de deliciosas viandas, dulces postres y exquisita carne de cochinillo. Es una fiesta en toda regla.
En esta calle, donde tienen cabida todos los portales del barrio incluso los que no tienen número, los domingos una banda de músicos recorre la calle: un par de tambores, un clarinete, unas trompetas y un niño que toca los platillos. Detrás de ellos los vecinos se unen formando una fila que ocupa la longitud de la calle. Algunas mujeres miran desde las ventanas, otras, cerca de los músicos, miran dando palmas o animando el ritmo con la alegría aprendida de sus primeros días de juegos y noviazgos.
El espacio se llena de música, los viejos del lugar sonríen desdentados, sale incluso el barbero enseñando su barba de antes de la guerra (según cuenta en la taberna, aunque nadie parece creerle). Hay en la intimidad de una de las casas un poeta que dicen que busca palabras cada minuto del día, y que vive en un eterno despiste y que le rodean las musas, que para otros son las borracheras de anis que se pilla. El poeta mira desde el balcón la vida, un poco como un general retirado al que gusta de escuchar el bachiller, un muchacho curioso y perezoso.
Vive también en las alturas del barrio, situado al sur de la villa, cuartel general de un antiguo señorío, un barrendero guasón y un espía retirado, que cada día va inflando su leyenda a base de historias y cosas que cuenta en la taberna.
En el quiosco venden desde este mes la colección de capítulos de La bola de cristal, y Pedro Mari, que vio la serie siendo un niño, piensa comprarse toda la colección, adoraba a los electroduendes y las frases que se quedaron grabadas en su memoria:
"si no quieres ser como ellos lee"
Entre sus manos tiene ahora una novela de Orhan Pamuk. La historia de unos ilustradores turcos en el siglo XVI.Le está encantando.

lunes, 20 de julio de 2009

Vamos a desaprender para desenseñar cómo se deshacen las cosas

Tras una borrachera de electrodos y culombios la bruja avería se puso a pensar fantasías y pasatiempos alcohólicos: creyó, mientras sonreía bobamente, que es el bolígrafo del que escribe el que busca el tono y para lograrlo se viste de gala con el propósito de sacarle punta a la imaginación, se pone en el papel del personaje que se va creando con ese batibarrillo de cosas que se encuentran en los días cotidianos, en fin el bolígrafo busca entre la materia emocional, aliado de la escritura; mientras esto ocurre el escritor tontamente mira a las nubes, se pone el calzado de quirófano de su hermano que trabaja como celador, también persigue confundido a las musas que no son sino moscas que fueron las mujeres que no le correspondieron.
La bruja avería como si se tratara de un sueño sigue sonriente.
En un arrebato ella también quiere ser escritora y escribir como lo hacían en el siglo XIX, quiere crear grandes personaje femeninos, malas con los hombres, mujeres fatales que quieran ser malas como ella. Lo piensa un poco hasta que baja a la calle y compra varios bolígrafos. Desde el principio decide no buscar inspiración; hiptoniza al boligráfo para dominar el acto de crear.
Él soñaba que la bruja se emborrachaba y que los bolígrafos son creadores y los escritores algo despistados. Pero no por ello deja de hacer calor en los días del siglo XXI, ni de caer gotas enormes que ensucian los coches que están aparcados en la calle.