jueves, 14 de enero de 2010

Abracadabra

Concurrían aquella mañana en la taberna del barrio el espía, el barrendero guasón, los "contertulios"habituales y algún joven rezagado que seguía en el paro tras una interminable búsqueda. El aire estaba cargado se humo, las moscas buscaban su lugar y había debate en las voces chillonas de los que no dejaban hablar al espía, porque o bien estaban cansados de sus historias o bien porque andaban inquietos y eso les producía una suerte de verborrea incansable.

Que si decían que un guaperas iba a llegar al barrio, vía la parroquía, que iba a dar un cursillo municipal de yoga, que el temor y la preocupación se veía reflejado en los rostros de los hombres porque notaban en sus mujeres una euforía, y que esas risas y comentarios les producían unos celos difílciles de disimular. Todo parecía una escena teatral en donde cada unos escogía el personaje que más iba con su personalidad. Mientras tanto el cura estaba encantado de que hubiera actividad en la parroquía, a pesar de que sólo se apuntaran mujeres.

El espía se aburría, y a la vez deseaba que se armara alguna pelea matrimonial porque últimamente el barrio se había vuelto algo aburrido. Además desde que su arma se disparó le tomaban por loco y sus historias ya no se las creía nadie.

En algunas paredes cercanas a la parroquía se veían grafitis graciosamente rimados:

ESTÁ EN "BOGA -BOGA" EN ESTE PUEBLO EL YOGA

Algunas mujeres al leerlo reían, algún viejo del lugar al salir del hogar del jubilado y leerlo había llegado a quejarse:
-¡Manda huevos, que tengan que venir los chinos a darnos lecciones!

Mientras tanto, más allá de las voces y el humo, y los celos injustificados Pedro Mari invocaba a la suerte, hacía un llamamiento discreto y silencioso, atareado y concentrado en una frase que había leído en uno de los fascísculos que había comprado de La bola de cristal, rezaba así:

Dice un proverbio chino que en la vida de toda persona hay un minuto de suerte. ¿Habría pasado ya el suyo? ¿No se había dado cuenta tal vez de su momento? ¿Buscaba realmente la suerte o quería creer en al magia de la palabra abracadabra?
Casi como un enamorado pero sin estarlo fluía la sangre eufórica por las venas de Pedro Mari, él había oído las palabras de una amigo que era profesor de yoga, acerca de la fuerza de los pensamientos positivos y eso le hacía estar alerta: él también quería buscar la fuerza en su propio interior.

Un día llegó por fin el profesor, sonriente y amable. Dio la primera clase; todas eran alumnas menos un hombre, el espía al que los "contertulios" habían obligado a apuntarse para ver en que consistían las clases.

Nada ocurrió. Los celos se esfumaron cuando comprobaron los hombres el ánimo que el yoga lograba sacar de ellas, el espía en una ocasión se cayó en una de las posturas y se rompió la clavícula. Y Pedro Mari vio en la reflexión del proverbio el comienzo de un camino, casi tan largo como el que unía la ciudad y su barrio.