PRIMERA PARTE
Me resultaba curioso que en mi barrio pudiera haber un cine. No había público suficiente, ni siquiera espacio para la sala y las butacas y menos aún para la pantalla, sin embargo sí que había uno, y era invisible. Se accedía a él a través de un viejo local, en apariencia olvidado, y se escondía en un backyard donde dormía tranquilo un viejo tonel y unas sillas que querían ser butacas. ¡Era increíble! A mí me habló la primera vez del cine invisible el espía, me había contado alguna tarde aburrida de lluvia que él fue a ver alguna peli con una antigua novia que tenía. Sus ojos parecían humedecerse al recordarlo.
A pesar de que el espia no me supo explicar cómo se accedía al interior y cómo se podía hacer visible la sala y su territorio de butacas y sala de proyección y pantalla, yo se lo propuse a Julia, supongo que lo único que quería era sorprenderla, y además me parecía más emocionante que los pocos poemas que le mandaba últimamente.
En efecto se lo comenté y accedió con una sonrisa en la boca, añadiendo:
-¡Vale! Pero también me gustaría que me llegara al buzón algún poema, como al principio. De los hermosamente tristes.