lunes, 28 de febrero de 2011

La sala de cine invisible


PRIMERA PARTE


Me resultaba curioso que en mi barrio pudiera haber un cine. No había público suficiente, ni siquiera espacio para la sala y las butacas y menos aún para la pantalla, sin embargo sí que había uno, y era invisible. Se accedía a él a través de un viejo local, en apariencia olvidado, y se escondía en un backyard donde dormía tranquilo un viejo tonel y unas sillas que querían ser butacas. ¡Era increíble! A mí me habló la primera vez del cine invisible el espía, me había contado alguna tarde aburrida de lluvia que él fue a ver alguna peli con una antigua novia que tenía. Sus ojos parecían humedecerse al recordarlo.


A pesar de que el espia no me supo explicar cómo se accedía al interior y cómo se podía hacer visible la sala y su territorio de butacas y sala de proyección y pantalla, yo se lo propuse a Julia, supongo que lo único que quería era sorprenderla, y además me parecía más emocionante que los pocos poemas que le mandaba últimamente.


En efecto se lo comenté y accedió con una sonrisa en la boca, añadiendo:


-¡Vale! Pero también me gustaría que me llegara al buzón algún poema, como al principio. De los hermosamente tristes.